¿Hasta dónde obedecemos sin cuestionar?

Del experimento de Milgram a las formas cotidianas de obediencia patriarcal

En los años 60, el psicólogo Stanley Milgram realizó un experimento perturbador: personas comunes accedían a aplicar descargas eléctricas a otra persona (en realidad un actor), solo porque una figura de autoridad —con bata blanca— se los ordenaba. Aunque creían estar causando daño real un 60% obedeció. Este experimento se ha llevado a diferentes escenarios y el nivel de obediencia supera el 80%.

El experimento dejó evidencia: la obediencia puede ser más fuerte que la empatía cuando está mediada por estructuras de poder.

¿Y hoy? ¿Cómo se traduce esto en nuestras vidas?

Desde una mirada feminista y psicosocial, entendemos que la obediencia no es neutral. Es una herramienta de control que sostiene al patriarcado, el adultocentrismo, el capacitismo, el racismo y otras violencias estructurales.

Obedecemos sin cuestionar normas, mandatos y discursos que nos dañan.

Reproducimos lo aprendido, incluso sin estar de acuerdo, por miedo a desencajar o a no pertenecer. Obedecemos la forma de amar, de vivir un duelo, de vivir el placer…

Callamos frente a figuras de "autoridad" (aquellas a quienes autorizamos o el sistema autoriza): por jerarquía, por sobrevivencia, por habituación, por miedo

¿Y qué hacemos con las niñeces?

Las crianzas son uno de los grupos más controlados por la lógica de la obediencia:

“Saluda aunque no quieras”,

“Siéntate derecha”,

“No interrumpas”,

“Cállate y obedece”.

Desde muy temprano, se les enseña a desconectarse de sus límites y deseos para agradar o encajar. Se les entrena para obedecer, aunque les incomode, aunque duela. Se regula su cuerpo, su voz, su emoción. Se les quita agencia. Esto garantiza personas adultas obedientes y que no cuestionarán.

Cuando llegamos a la adultez nos cuesta poner límites, reconocer las violencias, cuestionar los dogmas, romper con los usos, costumbres y tradiciones aunque sean perjudiciales.

Escuelas que premian la sumisión

Las instituciones educativas, lejos de ser espacios de libertad, de exploración y curiosidad estructuran modelos verticales, punitivos y homogeneizadores:

Se enseña a repetir, no a cuestionar.

Se sanciona la creatividad, la emocionalidad o la diferencia.

Se espera obediencia antes que pensamiento crítico.

Niegan matices y diferencias, experiencias plurales y recursos cambiantes.

Y quienes trabajan en educación, muchas veces también obedecen: al reglamento, a la currícula, a lo institucional… aunque eso implique sostener violencias habituales.

⚕️ El gremio sexológico y la obediencia al discurso experto

En muchos espacios de la sexología tradicional, se sigue operando desde paradigmas médicos, binarios y androcéntricos. Se habla de “funciones”, “trastornos”, “normalidad” y “disfunción”, desde un lugar que espera que les consultantes obedezcan diagnósticos y protocolos sin cuestionar.

Se pide confianza ciega en el discurso profesional, aunque invalide vivencias personales cotidianas.

Se reproduce teoría sin revisión crítica y muchas veces aunque diga lo contrario con una función normalizadora.

Se desecha el enfoque situado, la experiencia encarnada y la diversidad radical de los cuerpos, emociones y placeres.

La desobediencia también es cuidado

Desde una mirada feminista, desobedecer: es conciencia, es autonomía y autogestión.

Es romper con la cadena de reproducción de violencias.

Es elegir el cuidado por encima del control, la imposición, o avasallamientos.

Es escuchar antes de mandar.

Es acompañar en lugar de dirigir.

Es reconocer antes que enseñar.

Es comprender desde la complejidad en lugar de etiquetar.

La desobediencia feminista se convierte en una práctica ética, amorosa y política.

Preguntas para incomodarnos (y transformarnos):

• ¿A qué discursos, normas o figuras obedezco sin cuestionar?

• ¿Qué me enseñaron sobre obedecer? ¿Y qué consecuencias recibí al desobedecer?

• ¿Cómo acompaño a niñeces, estudiantes o consultantes? ¿Desde el control o desde el vínculo?

• ¿Qué necesito desobedecer para cuidarme y cuidar mejor?

No queremos niñeces sumisas, ni escuelas domesticadoras, ni sexologías que repitan sin pensar.

Queremos vínculos vivos, pensamiento crítico, cuidado radical.

Desobedecer también es amar.

Aurora Avila / Karla Barrios Rodríguez

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